
Licenciado Oscar Ribes
Una persona que se droga es una persona que sufre.
Toda adicción compromete a un individuo en la totalidad de su ser, dejándolo librado a lo incontrolable de la enfermedad y padeciendo la desesperación que esta conlleva, los valores caen, la voluntad no alcanza y la palabra se vacía de sentido, el cuerpo queda sometido y a la vez sometiendo.
Es importante distinguir entre quienes consumen drogas con un placer que los seduce sin entregarse a ella o al menos no todavía, y salvo que medien ciertos acontecimientos no se harán toxicómanos, y quienes aún antes de haberla probado, ya están comprometidos en un proceso psíquico y afectivo, que ante la menor dificultad los inducirá a huir en la dependencia de otro.
La droga seria para el toxicómano debido a su desdicha, el instrumento que le permitirá escapar a las coacciones de la realidad (del principio de realidad) y resolver a través de la ilusión química la prueba de frustración vivida como insoportable para él.
No es lícito pensar que cuando alguien se hace toxicómano, la culpa sea de los padres, pero puede ser su obra comenzada precozmente y de lo que los padres no son responsables ni culpables, sino obra resultante de su sufrimiento desconocido, que sin saberlo transfieren a sus hijos pequeños.
En suma, una crianza y una educación que no promueven ni la autonomía, ni el sentido crítico, ni la inserción temprana del niño a un grupo de pares, todo ello nos lleva a jóvenes de 16 o 18 años ocupando el lugar de objeto; objeto de cuidado, de consumo, de satisfacción de padres y maestros, objetos del saber pedagógico, del saber médico, del saber psicológico, del jurídico en casos de divorcio etc.
Debemos preguntarnos ¿Cuándo sujeto de su deseo y no solo objeto del deseo de otros?
Es decir sujeto de su deseo como un ser individual, que habla en su nombre, que asume sus experiencias y construye sobre sus fracasos, en lugar sentirse humillado y culpable por ello, obligado sino a ocultarse a sí mismo, sobre todo a ocultarse a los demás.
En la problemática del toxicómano se pueden distinguir dos momentos, un primer momento donde se produce el encuentro con la droga y un segundo momento donde se produce el desencadenamiento de la toxicomanía propiamente dicha.
Hay motivaciones profundas que llevan a un individuo al consumo de drogas, nos encontramos ante un sujeto que sufre, habitado por una espera profunda que él ignora.
En este primer encuentro la droga sorprende y fascina al sujeto, por que calma esa espera de un objeto que él ignora conscientemente. Es la luna de miel con la droga, ya que esta despierta los vestigios de un antiguo placer, pero en el segundo momento la situación cambia y la droga, que en un principio era la fuente de placer, inaugura el ciclo toxicómano propiamente dicho. Es el momento en que irrumpe el hábito físico a la droga y la compulsión repetitiva a drogarse y es en este momento donde la repetición ocupa el lugar del placer que se generaba en aquel primer momento.
Podemos decir que si el encuentro con la droga, se produce bajo el signo del placer (primer momento), el desencadenamiento de la toxicomanía propiamente dicha se caracteriza por la desaparición del placer, ante la repetición del acto de drogarse (segundo momento).
La toxicomanía, aparece en ese momento en que el placer es borrado por la repetición del acto de drogarse.
Cuando un sujeto habla de su relación con la droga, no deja de decirnos (al tiempo que no deja de drogarse) que el objeto de placer se ha convertido en objeto de necesidad, esto es lo que trata de hacernos entender, cuando nos dice “No puedo hacer otra cosa”, un placer puede postergarse, puede esperar, un objeto de necesidad no, es imprescindible para seguir viviendo, objeto de necesidad son el respirar, el alimentarse, y es en estos en donde el toxicómano ubica a la droga.
El vínculo que se establece entre el toxicómano y la droga, lo observamos en la clínica bajo el doble signo de la necesidad y la exclusividad, necesidad por que nos dice que se transforma en al vital, y exclusividad en el sentido que la droga invalida desde un comienzo, la posibilidad de relacionarse con otros objetos de placer.
Preso de esta lógica dual de necesidad y exclusividad el toxicómano parecería sustraerse al campo del psicoanálisis, y el psicoanalista al querer dar cuenta de eso interpela, se ve confrontado a una posible trampa con tres variables.
Una de ellas es la Disuasión, allí el psicoanalista se ve arrastrado al campo del toxicómano y el vínculo quedara marcado por los efectos de la fascinación, donde todo esta permitido, una segunda variable es el Reduccionismo, donde es el psicoanalista que atrae al toxicómano hacia su territorio ya conocido, allí la problemática toxicómana se reduce y asimila a una forma de perversión, y por último la tercer variable,
el No-Lugar aquí no se trata de atraer al otro al propio campo, sino más bien de reforzar el límite que los separa, volviéndolo infranqueable, el psicoanalista se atrinchera defensivamente en un marco teórico-clínico de gran rigidez y su única intervención consistirá en sancionar un No-Lugar, donde los únicos intercambios posibles serán el desprecio y el odio.
Entonces la relación con el toxicómano, no debe ser ni represiva, ni cómplice, sino el inicio de una modalidad de relación con el otro, donde la experiencia autoerótica con la droga, pierda su carácter exclusivo.
La resolución de la cura, en cuyo proceso la desintoxicación es un momento, debe ser el resultado de la orientación inconsciente asistida, pero no dirigida y de ningún modo ser solamente el resultado de un acto voluntario, consciente, sugerido por un terapeuta, o un acto de sumisión a un maestro de vida.
Solo un trabajo psicoanalítico autentico puede curar verdaderamente aun toxicómano y hacer de él, un ser plenamente viviente que libre de la necesidad fármaco-química de la droga, no tenga ya ni deseo, ni nostalgia de ella.